La curiosidad que emanaba mi hermana pequeña me parecía cada día más encantadora. Aunque a veces, algo irritante. Estaba en esa fase del crecimiento que mi madre llama “la fase del por qué”. Era algo sistemático, algo que venía puesto en el manual, en el manual “La filosofía de los niños”. Para aquellos que no sepan en qué consiste esta fase, haré una pequeña síntesis de sus diferentes características:
1. Observación minuciosa del entorno.
2. Formulación de preguntas sobre el entorno, de forma que cada pregunta formulada comience con un “¿por qué…?”
3. Formulación de otra pregunta, basada en la respuesta obtenida, con otro “¿Y por qué…?” (Normalmente, la curiosidad de estos pequeños no se sacia con tan solo una simple aclaración…)
Supongo que para mis padres, que a mi hermana se le dejasen de ocurrir preguntas “estúpidas y sin sentido”, fue un alivio inmenso. Lo cierto es que, desde mi punto de vista, es una pena que llegue un momento de nuestra vida en el cual dejemos de ser filósofos en activo y nos quedemos aletargados. Y digo filósofos porque, al fin y al cabo, la filosofía es la base de las preguntas. ¿O las preguntas la base de la filosofía? Lo que está claro es que, seamos conscientes o no, la filosofía forma parte del día a día. La filosofía es vida. La vida ha ido desgajándose de la filosofía. ¿O es al revés?"
Laura Rodriguez
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